El filósofo Willian James afirmó que la más grande utilidad de nuestra vida es emplearla en algo que dure más que ella.
Aprovechando bien el tiempo, dice en Efesios 5:16. Pero ¿ qué es el tiempo ?. La vida se compone de tiempo y de momentos. Yo soy una persona que no me gusta perder el tiempo, pero muchas veces y de manera inevitable se te escapa de las manos. El tiempo es un bien, que se puede invertir o gastar. Pero no puede guardarse; debe ser empleado.
Cuando hablamos de ” tiempo” en griego encontramos dos palabras: Cronos y Kairos. El tiempo secuencial y cronológico deriva de cronos. Es el tiempo humano, vital. El tiempo de Dios es Kairos y significa momento oportuno. El tiene un tiempo para cada cosa. Jesucristo era consciente de que había un calendario divino que controlaba los hechos de su vida ( Juan 7:6; 12:23,27; 13:1; 17:1 ).
El griego clásico conoce una doble terminología para señalar el tiempo. Uno es el tiempo kronos o tiempo cronológico y el otro es el tiempo kairos o tiempo de oportunidad. Kronos indica el fluir del tiempo sobre el hombre, mientras que kairos indica una oportunidad o crisis que hay que aprovechar. El tiempo kronos es un tiempo lineal, cargado de tareas y gobernado por el reloj. El tiempo kairos es un tiempo cargado de significados, que puede ser comparado con la brújula como metáfora; un intento de rescatar el tiempo de su caducidad.
Paradigma del reloj
En el mundo occidental estamos más acostumbrados a entender el tiempo en términos cronológicos –kronos, que en términos de significado y oportunidad – kairos. Bajo el paradigma occidental se define al tiempo como la medida del devenir de lo existente, como la duración de las cosas. Esta definición del tiempo, nos lleva a contar y contabilizar las horas, minutos y segundos que invertimos en nuestras actividades. De modo que cuando hablamos de administrar bien el tiempo, hablamos de usar adecuadamente las horas, minutos y segundos de cada día. Esto implica regularnos por las agujas del reloj. Bajo este enfoque administrar el tiempo, es hacer un uso eficiente (menor tiempo) del mismo; es aprender a planificarlo, según las metas y objetivos trazados. Esto indudablemente repercute positivamente en nuestra eficacia (consecución de objetivos).
Paradigma de la brújula
Obviamente es útil planificar nuestro tiempo, tener agendas bien estructuradas, etcétera. Pero la denominación “administración del tiempo” puede resultar una definición poco feliz. Como dice S. Covey: “El desafío no consiste en administrar el tiempo, sino en administrarnos a nosotros”. Al fin y al cabo, como dice Zig Ziglar: “El problema es la falta de dirección, no la falta de tiempo: todos contamos con días de 24 horas”.
Apegados al paradigma del reloj, nuestras acciones pueden resultar eficientes, pero no necesariamente eficaces. El problema en la eficacia en cuanto al logro de objetivos, y al uso efectivo del tiempo, no está tanto ligado al control del tiempo – paradigma del reloj, como al dominio de uno mismo – paradigma de la brújula. Está asociado a nuestro sentido de dirección y enfoque en lo que hacemos.
Ser eficaz requiere hacer un uso adecuado de la brújula: enfoque, sentido de dirección, prioridades claramente establecidas. Sin una brújula podemos malgastar nuestro tiempo, aun administrándolo con eficiencia. Usar el tiempo con eficacia supone invertirlo en prioridades, no malgastarlo enteramente en atender urgencias. No diluirlo en actividades rutinarias, que no contribuyen a la consecución de nuestras metas y sueños. Para tal propósito es conveniente saber hacia dónde se va nuestro tiempo, para lo cual puede resultar más útil una brújula que un reloj. El reloj cuenta nuestro tiempo, pero la brújula nos da sentido de dirección. El reloj nos ayuda a planificar nuestro tiempo, mientras que la brújula nos ayuda a administrarnos a nosotros mismos. Un enfoque, el del reloj, hace énfasis en las cosas y el tiempo; y el otro, el de la brújula, hace énfasis en las expectativas, en los resultados y en la contribución.