Aclaró 489- SEMANA SANTA diálogo con el P. DIEGO DE JESÚS 27/03/2018

Padre Diego de Jesús en Radio Galilea.
Desde este Monasterio del Cristo Orante un monje, el padre Diego de Jesús, nos introduce en los goces y dolores de la Semana Santa. La Gaby tratará de asomarse un ratito a la penumbra del silencio y llevarle al que vive de cara a Dios, las preguntas que nos cuelgan de la existencia.
Siempre son diálogos para escuchar dos veces. En la primera uno encuentra una puerta y la segunda atraviesa a otra dimensión.
Este martes a las 10,30 18 y 23 hs En Radio Galilea.
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CRISTO, VIDA NUESTRA
Nuestra vida cristiana se teje de palma y ceniza, polvos y olivos, hosannas y crucifícalo, alabanzas y traiciones.
Pocas cosas le hacen más daño a nuestra Fe que la torpe estupidez con que pretender simplificar este complejo entramado.
Olivo y ceniza, ¿son signos opuestos?
Sí, ciertamente. Son fuerzas encontradas que pujan en el interior de nosotros librando feroz combate.
Pero en la arena del pugilato espiritual se nos enseña el secreto crucial de la lucha: aprovechar el peso del adversario, hacer propia la fuerza opuesta para volcarla en su propia contra.
Cuando se le agarra la mano a este arte marcial el peso del adversario se torna a nuestro favor; se torna aliado.
Pues todo coopera, todo es aprovechable en favor de nuestra santificación. Etiam peccata, dirá con audacia san Agustín, para escándalo de entonces y de hoy.

Palma y ceniza ya no pugnan por eliminar a su contrario. Se han amalgamado en la lucha. El cruce de su violenta oposición genera vida cristiana, como el frotar de piedras hace el fuego.
Muerte y vida, en duelo admirable, hacen maridaje para superar dialécticamente la fútil y opaca poquedad de ambas. Sí: de ambas.
Poca cosa la muerte; poca cosa la vida.
Mas al besarse devienen eternidad.
Ramo y ceniza, como alzada y peldaño, en sinérgica crecida, nos lanzan en indómita escalada hacia la vida divina, la Vida de Dios en nosotros, que es la muerte de la vida humana y la vida de la humana muerte.
Estos ramos devendrán ceniza, estas jubilosas aclamaciones devendrán la oscura marca del pecado en la frente. Pero la concadenada secuencia no soluciona su continuidad; y a nuestra lógica no habría de agraviarle notar que también de aquellas cenizas proceden estos ramos.
Polvos y lodos que amasados en el Fuego divino del increado Alfarero devienen Vida Eterna.
Polvos y lodos que dejados solos no son más que fango pestilente. Y pasados por el horno ardiente, se tornan vasija cocida, para alojar la divina alhaja.
Polvos y lodos que dejados solos no cobran forma. Y que esculpidos por el filoso cincel de la Cruz, se tornan arte sacro viviente.
Olivo sin ceniza es soberbia y presunción.
Ceniza sin olivo, pusilánime penuria.
Olivo y ceniza, sin Fuego de lo Alto: nada seguida de más nada. Vida sin vida, vida mortecina.
Cuando un niño pregunte a su padre: ¿qué es la vida?, que un padre cristiano no vacile un instante: lleve al crío hasta un Crucifijo; levántelo en brazos hasta que el niño pueda ver de muy cerca el divino Rostro ensangrentado, al Salvador muriendo. Y dígale, con voz muy delgada, como quien devela un secreto: Éste es la Vida, hijo mío, Ésta es la Vida: la muerte de amor de tu Señor. ¡Jamás lo olvides!
¿Qué es la vida sin el Fuego del hálito de Dios?
¿Qué vale sin su Soplo?diego de jesus
Sus verdes y sus grises no son más que nada seguida de más nada.
Huesos secos o enmohecidos, lo mismo dan.
Momia o cadáver, lo mismo da.
Quien exalte la vida efímera, la vida biológica sin más, la vida inmanente, sólo exalta su mortalidad. Pondría los ojos en el paño contrastante que porta nuestra ser en Cristo, Vida nuestra, Vida verdadera, Vida eterna. Sería como aquel joyero insensato más atento al negro terciopelo que a la Perla que allí reluce.
Si la resurrección de Lázaro consiste en que su corazón detenido volviera a latir, menuda gracia la que le hiciera Nuestro Señor, en someterlo a morir dos veces. Sería un dios cínico y macabro, experto en funerales. Y Lázaro, el más estúpido de los hombres, el dos veces mortal.
Pero el Dios de la Vida ha muerto para regalarnos Su Vida sin fin. No para prolongar un poquitito la nuestra.
La vida vale si matada deja con más vida.
La vida vale si la pierdo; y nada vale si la retengo.
Vale toda vida que sea perdida por Aquel que es la Vida.
Y ninguna vida vale fuera de Él.
Fuera de Aquel cuya Vida lo vale todo.
Pues no hay Vida verdadera fuera de Él.
Polvos y lodos, fango y flor, luces y sombras son amasadas juntas por el Señor de las cenizas y los olivos; por Aquel divino Alfarero que muriendo expira en las entrañas de nuestros sepulcros para hacernos dioses.
Su precio y premio no es vivir un poco más; un rato más. Su precio y premio, hermanos míos, es vivir vida de Dios, para siempre.
A Vida eterna sabe, o no sabe a nada.
¿De qué le servirá al hombre vivir un palmo más, un año más, sin Eternidad? Lo mismo da morir muy joven o muy anciano: la vida del hombre sobre la tierra siempre será flor de un día. Sin el Poder eternizante de la Sangre del Gólgota, no será más que un efímero soplo que pasa.
Júbilo y congoja, palma y ceniza, sin el Fuego de Tu Sangre, son el grotesco esperpento de lo fugaz.
No permitas, Señor y Dios mío, que te sobreviva el Viernes.
Pues si te sobrevivo, quedaré solo, como la semilla fuera del polvo y del lodo.
Pues si te sobrevivo, moriré en mi macilenta vida retenida.
Que muera contigo, Señor, que muera bien muerto, como el amor fuerte.
Sólo así, la poquedad de respirar o expirar, se tornará Vida eterna.
Y así, al llegar el postrer día, podamos recordar aquella alzada paterna que nos otorgara el mejor secreto atesorado: sólo hay Vida en Ti, Señor; sólo en Ti.

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