“La educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres. Complacernos, sernos útiles,hacer que las amemos y las estimemos, que nos eduquen cuando seamos jóvenes y nos cuiden cuando seamos viejos, nos aconsejen, nos consuelen, para que así nuestras vidas sean fáciles y agradables; estos son los deberes de las mujeres de todos los tiempos y para lo que debieran ser enseñadas durante la infancia”. Jean Jacques Rousseau
Formalmente, públicamente, estos consejos del ilustre filósofo fundador del liberalismo estrían ya perimidos y suenan ridículos. ¿ Lo están?
Es necesario cavar un poco en nuestras subjetividades para encontrar tal vez resabios de estos mandatos vivitos y coleando aún. Ciertamente, más disimulados, en las expectativas de madres sobre sus hijas.
Hoy nos ocuparemos de los conflictos que, en el linaje femenino, genera la ruptura de estos patrones entre madre e hija. Muchísimas maneras, aún las más disfrazadas de modernidad, tienen estos patrones. Así se llega a un estado de confusión y dolor que quiebra la relación entre una madre que teme que su hija se quede sola y una hija que necesita una madre que la inicie con esperanza, en la confianza de una vida libre de sumisiones y miedos.