No hay que sentirse mal de sentir cierta expectante alegría en medio del profundo dolor que vivimos…. La vida es pasión en el sentido más cristiano de la palabra… dolor y amor. Ambos juntos .
La alegría suele invadirnos cuando por fin vemos abrirse una grieta en la monolítica hegemonía de un sistema estéril, opaco y absurdo. Estéril porque ya no da más vida. Opaco porque no se ve nada superador y absurdo porque avanza sin freno hacia el suicidio colectivo .
El covid 19 fue un tsunami invisible que logró frenar , al menos por el momento, la frenética rueda del “sálvese quien pueda”. El Titanic ha chocado contra una partícula de proteína y le ha rajado la quilla. Aún no se ha hundido, pero ya surgen por todos lados los pasajeros preguntando ¿ Y si volvemos a casa?
Volver a casa es darse cuenta que extrañamos ese aire limpio de smog. Extrañamos los animales deambulando cerca nuestro, extrañamos vivir más lento para saborear la vida al desnudo. Volver a casa para restaurar la humanidad rota de tanta soledad. Volver a tener futuros, sueños compartidos que no necesiten tarjeta de crédito.
Volver a casa …a la realidad sin packaging, a la identidad sin simulacro, quitarse de encima los engaños, esas verdades enquistadas que dejaron de dar vida.
Volver a casa es volver a las distinciones, las nobles jerarquías de lo que vale más y vale menos.
Cansados de tanta de-construcción, necesitamos abrigo en la intemperie: Tal vez en tierra firme, lejos de líquida libertad inconsistente , un hogar nos espera aún .
Lo que viene es distinto de lo que está porque lo que está cansó, agotó la paciencia de la humanidad.
De allí que algunos estén dolorosamente contentos. Es hora de subir a los botes. Se los ve por todas partes…millones de botes…. de tribus que reman y reman
¿Han visto tierra a lo lejos? ¿A dónde van?
A Casa…
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