Después de leer el evangelio de la transfiguración, disponte para acompañar a Jesús que sube al monte para orar. Acaba de pasar una crisis en su grupo de discípulos y necesita encontrarse con el Padre. Emprende tú la subida junto a él, cargando con la mochila de tus propios desencantos, decepciones y escepticismos: “no se puede hacer nada”, “son inútiles los esfuerzos por cambiar la realidad”…, “lo mejor es no complicarse la vida…” Siente cómo todo eso ensombrece tu vida y empaña tu alegría.
Contempla luego a Jesús, envuelto en la claridad de la cercanía y de la palabra de su Padre: “Este es mi Hijo querido en quien me complazco.” Siente que esas palabras te están dirigidas también a ti, que son pronunciadas también sobre cada hombre o mujer de nuestro mundo. Acoge la alegría de pertenecer a una humanidad envuelta en la ternura incondicional de Dios y deja que esa noticia disipe tus oscuridades, temores y pesimismos.
Habla con Jesús de tu necesidad de momentos de luz para tener los ojos y los oídos abiertos para reconocer su presencia y para escuchar la voz que dice “ estos son mis hijos” sobre aquellos que viven envueltos en las sombras de mil formas de muerte.
Baja del monte con él y re-emprende el camino, transfigurado tú también por la certeza de que Jesús es el Vencedor de la muerte y de que la vida humana, aún en “fase precaria”, se manifestará cuando el Resucitado enjugue todas las lágrimas…