EN MEMORIA DE JUAN MANUEL

“He venido a traer fuego sobre la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo “Lcs 12,49


Todo lo que diga es poco, y el pesar de su partida me sumerge aún en la egoísta tristeza de saber que no escucharé más su lúcida voz. Juan Manuel Gonzalez es un sacerdote cabal, coherente, intelectualmente brillante y marcado a fuego por la encrucijada fascinante entre la patria y la biblia. Siempre transitando la calle de los pobres ofreciendo el pan más valioso: la Palabra liberadora.


Les puso una biblia en las manos a los obreros, las amas de casa, las abuelas, los estudiantes, no para cerrar los ojos y meditar sino para abrírselos y actuar. Fue el fundador de la escuela de Biblia Parresía ( libertad para decirlo todo) y recorrió capillas, parroquias, escuelas y comunidades de toda la provincia, en su vetusto auto, enseñando siempre con la misma pasión sean 200 alumnos o 4.


Trajo a Parresía los mejores biblistas del mundo de habla hispana. Cuando ellos veían la cantidad y variedad de gente se asombraban: En Europa solo los religiosos estudiaban Biblia. Acá éramos todos laicos y bien de base. La formación que brindó en Parresia, abrió mentes, cambió vidas, despertó conciencias y puso de pie a un laicado mucho antes de que el Papa nos pidiera: “Hagan Lio”.


Pido humilde y encarecidamente a quienes tengan la responsabilidad de administrar su legado que preserven la enorme y generosa entrega de enseñanza que no se cansaba de impartir Juan Manuel. Un granero de semillas que deben seguir esparciéndose para que arda la Buena Nueva.
Sus misas eran una mezcla de liturgia, catedra, trueno y fiesta. Heredero de un linaje de profetas con los pies en el barro de la historia y su oído en el viento del Espíritu era capaz de una síntesis luminosa entre la literatura, la teología y la biblia siempre accesible al hombre y mujer de la calle.


Juan Manuel es un sacerdote feliz, lúcido y comprometido. Compartíamos una amistad que nutrió mi amor por la Iglesia con ese fuego que Jesús quiso traer al mundo. Nuestras conversaciones telefónicas y de sobre mesa eran un banquete de poesía, historia y biblia. Hace un mes lo cambiaron de parroquia. Sabiendo de su delicado estado de salud, le escribí preocupada por la tarea de Párroco y la manera en que eso pudiera afectarle. Me respondió lo siguiente


“Acepté ser párroco, porque faltan curas. Yo tengo limitaciones físicas, pero puedo ser el «animador» de la comunidad parroquial. Yo soy un tipo feliz, por lo que soy, por lo que hago, por lo que siento y por lo que sigo soñando-ilimitadamente. Creo que cada vez quiero vivir más; me siento más joven que nunca. Y esto, no es mérito personal, es que la vida es tan bella, que me encanta. Me alegra que te hayas comunicado, siempre tan cálidamente. Cariños grandes y muchos! Juan Manuel”


Tanto fuego ya no cabía en su cuerpo cansado de palpitar. Quería vivir y soñar “ilimitadamente” .. Ahora puedo comprenderlo mejor: hay un solo lugar donde saciar esa sed.
Hacia allí fue arrebatado.
Nunca descansarás en paz mi querido amigo. Seguirás ardiendo.


En tu memoria…. yo también
Gabriela Lasanta

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