Hoy, Jueves Santo, recordamos la institución de la Eucaristía, aquella ocasión en la que Jesús tomó pan y lo transformó en su Cuerpo, tomó vino y lo transformó en su Sangre. Esta verdad requiere de nosotros FE, y esta fe es él quien nos la da. Es necesaria la humildad, para que nuestra mente reconozca que lo que era pan, ahora es su Cuerpo, y que lo que era vino ahora es su SANGRE. Nuestro acto de fe en esta gran verdad necesita ser renovado constantemente e irse cultivando.
Y en este día del Jueves Santo, recordamos también, un gesto que es expresión de su amor.
Jesús quiso a sus discípulos. Y, ahora que está a punto de dejarles, quiere ofrecerles un recuerdo: un gesto simple, que corre el riesgo de pasar inadvertido: se pone a lavar los pies a sus discípulos. Como diciéndoles que el amor no consiste en grandes gestos; al contrario, muchas veces se traduce en pequeñas muestras, humildes y sencillas. El gesto de Jesús significa eliminar toda barrera o diferencia para ir hacia las personas con el amor más fraterno, para arrodillarse a sus pies y estar disponible para los quehaceres más humildes.
Ante semejante cuadro, nosotros corremos el riesgo de ser como Pedro: de escandalizarnos y reaccionar indebidamente.
Entonces, como Pedro, también nosotros tenemos necesidad de ese reproche dulce: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.
Que es como decirnos: Si no aceptas este modo de obrar, si no entras en esta mentalidad, no puedes llamarte cristiano, no puedes ser mi discípulo.
Jesús, está realizando sus últimos gestos. Juan, afirma que, habiendo llegado la última hora, el Maestro quiere dar una muestra de amor supremo a sus amigos. Su muestra está toda ella aquí: es la lección de humildad, es la afirmación de que la vida vale solamente si se pone al servicio de los demás.
Tal es el sentido de las palabras y del mensaje que Jesús deja a sus discípulos y a todos nosotros: “¿Entendéis lo que he hecho? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo para que hagáis vosotros como yo he hecho”.
Muchos andan buscando sentido a sus vidas, porque no saben qué hacer, ni cómo emplear el tiempo. Muchos, por suerte, han comprendido la grandeza del ejemplo de Jesús. Basta abrir los ojos a la realidad, estar atento al que pide, estar disponible al que lo necesita.
Jesús trazó ante Pedro el camino a su Iglesia y a todos los que quieran entrar en ella: una Iglesia llamada a gobernar sirviendo y a predicar amando.
Hoy Jesús, con el gesto de quitarse el manto y ceñirse la toalla, rehace la encarnación: se despoja de su rango, se abaja, se hace siervo siendo de condición divina. Este es el marco en el que el evangelista Juan sitúa la primera Eucaristía: un marco de servicio, de entrega, de abajamiento. El pan que Jesús reparte no es el pan que tiene, no es lo que tiene; reparte lo que es; se reparte. No reúne a los suyos para repartir la herencia de sus bienes. Los reúne para repartirse como único bien. Para poder repartirse hace falta hacerse poco, bajarse de los pedestales…
En el Evangelio todo queda trastocado; se da la vuelta a todo. Son llamados bienaventurados los que lloran; son «señores» los que sirven.
Pedro es llamado al orden: «O te dejas lavar los pies o no tienes parte conmigo». Quizá esas resistencias que tenemos a que el otro se haga pequeño delante de nosotros y nos sirva es reflejo de las resistencias que tenemos nosotros a hacernos pequeños. El hecho de contemplar al Señor haciéndose siervo es una continua denuncia a nuestros modos de proceder como «señores».
¡Qué dentro tenemos el que «los de arriba» tienen que ser servidos, que no tienen que hacer determinadas cosas…! Recuerdo aquel hecho que me contaron de una determinada comunidad en la que cuando acudieron al superior para pedirle un favor, él contestó: «Esas cosas no son propias del superior». No era propio del superior atender el teléfono, ni sustituir a un hermano en la capellanía, ni dar un recado… Mandar, tener un cargo de responsabilidad era, parece, incompatible con servir. Hoy se nos recuerda que la entrega hasta el extremo comienza por entregas normales, ordinarias, muy cercanas y cotidianas.
Hoy se nos habla de hacernos siervos de los demás…
Ir a descargar