En la cocina, veo la posibilidad de hacer un pacto entre naturaleza y cultura. Y por eso podemos decir que “la vida se cocina a fuego lento”.
La naturaleza provee de toda la belleza de los ingredientes con toda su perfección y su maravilla, con toda su variedad. Pero también es una maravilla, una delicia, el plato que nosotros preparamos con esos ingredientes. Pero todo tiene sus secretos, y tiene su tiempo. Las mejores cosas son las que se cocinan a fuego lento… Si le ponemos un aprecio muy grande al fuego se nos quema la vida….
Esta expresión, un tanto simbólica, tiene que ver con el ritmo de vida que tenemos y con esta diferencia que tenemos entre nuestro reloj biológico, y el reloj máquina, el ritmo que la sociedad imprime a nuestra vida.
Está ocurriendo un fenómeno que me hacía recordar a estos malabaristas que hacen girar platos sobre la punta de un palo, y van corriendo de un lado a otro para que los platos no se caigan cuando dejan de girar.
Cada uno de estos platos es una necesidad que demanda ser atendida, que a veces uno mismo crea, responsabilidades que uno mismo asume. Y parece que en este tiempo «atender las cosas» es cuestión de «moverse»: si no me muevo, si no corro, si no me apuro, me caigo. Es un miedo a la quietud, a la lentitud, porque muchas veces nos lleva a encontrarnos con nuestro propio vacío.
Parece que nos hemos convertido en una suerte de máquinas que comienzan a activarse ni bien nos levantamos a la mañana. Máquinas neuróticas, y en dosis regulares, debidamente administradas por nuestra cultura, nos vamos volviendo con estas neurosis maquinarias, que en realidad nos viene de la cultura, pero es la cultura que nosotros mismos hemos creado.
¿Cómo va la cocción de tu vida?, ¿Cómo está tu fuego?.