La narración del evangelio de Juan tiene un aroma a jazmín. Las mujeres allí son protagonistas de momentos claves de la historia de Jesús.
Especial relevancia tiene la escena de María Magdalena buscando desesperadamente el cadáver de Jesús ante su desaparición del sepulcro.
Esta mujer no necesita una teoría de iluminación interior: quiere un cadáver, busca el cuerpo de su amigo asesinado. De esa forma rompe los esquemas de la gnosis espiritualizante. No quiere un mundo edificado sobre cadáveres que se ocultan. No quiere explicaciones ni teorías, quiere, como la amada del Cantar de los Cantares el cuerpo de su amado.
Por las noches, sobre mi lecho,
busco al amor de mi vida;
lo busco y no lo hallo.
Me levanto, y voy por la ciudad,
por sus calles y mercados,
buscando al amor de mi vida.
¡Lo busco y no lo hallo!
Me encuentran los centinelas
mientras rondan la ciudad.
Les pregunto:
«¿Han visto ustedes al amor de mi vida?»
Siendo una mujer derrotada e impotente, sobre el huerto de una vida que se vuelve sepultura, María es, al mismo tiempo, una mujer que tiene y busca amor: signo de la humanidad que ansía el amor. No ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Ella permanece.
Las escenas de este relato están llenas de símbolos poderosísimos para la sed amantiva del alma. Magdalena no se resigna, busca, quiere el cuerpo de Jesús para honrarlo con el perfume de su memoria agradecida.
Cuantas analogías me vienen al corazón de las búsquedas apasionadas de Gualberto buscando el cuerpo de su hijo, Daniel. De las madres y abuelas buscando a sus hijos y nietos, de las madres del desierto de Atacama buscando huesitos de sus seres queridos. Las “locuras” de lo que son capaces los humanos cuando aman… todas ellas representadas en esta Magdalena que aseguraba poder, ella solita, llevarse el cadáver de Jesús si alguien le decía donde lo habían puesto
El Papa francisco, la llama apostola apostolorum (22.8.217), apóstol de los apóstoles, de manera que la iglesia, siendo apostólica (de los apóstoles) es magdalenita, es decir, de Magdalena. La basílica de San Pedro no la incluye entre sus columnas pero Juan no duda en señalarla como la primer testigo de la Resurrección, la primer enviada, aquella capaz de una fuerza hercúlea por amar hasta la “locura”, la que no se resigna a que su amado desaparezca.
Este sábado en Radio Galilea compartiré el relato de Resurrección desde la mirada de Magdalena, la primera apóstol, la primer testigo de la boda entre Dios y la humanidad sedienta.
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