Tres maneras de centrar la Navidad A veces se pueden conciliar las tres. La mayoría de las veces hay que priorizar. Cada vez más las personas que desean saciar el hambre de espiritualidad se encuentran avasallados por la secularización de la cultura, inadaptados y solos.
Deben ceder a las convenciones, o a las presiones familiares, o hacer malabarismos para arrancarle a estos tiempos un espacio de silencio, oración y rituales sagrados.
Si hace décadas lo raro era ser ateo y lo frecuente era ser creyente por convención cultural hoy esta ecuación se ha invertido. Lo convencional es la sidra, los regalos y el boliche. Lo familiar se lo dejo a Landricina, que lo cuenta magistralmente, como siempre. Yo me dedicaré a hablar sobre la distinción de lo sagrado como aquella nostalgia profunda que no puede ser saciada ni por la familia, ni por los regalos, ni por la estética navideña, ni por la mejor mesa.
Hambre de navidad es hambre de lo sagrado y solo lo que viene de esa fuente puede saciarlo. Todo lo demás es añadidura y a la larga frustra cuando se siente la llamada de esa fuente. Reconocer esa nostalgia, ese vacío, esa sed, es el primer paso. Nombrarla, darle cabida es el paso siguiente.
Finalmente defender el derecho a “vender todo lo que se tiene para adquirir la perla” o a “caminar a tierras lejanas siguiendo una estrella” o a respetar “la hora de ocuparse de las cosas de mi Padre” aunque suponga “dejar casa, mujer, padre o madre” para recuperarlos en la perspectiva de otra dimensión. ¡¿Fiesta cultural, familiar o sagrada?!
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