Cuando era escolar odiaba mi apellido “Lasanta” No hace falta decir lo mucho que se prestaba éste para las bromas y apodos, su literalidad no demandaba mucho ingenio para inventarme un sobrenombre. Cada vez que me llamaban “la diabla ”sentía pena o vergüenza. Fueron muy pocas veces, para ser franca, y hoy no puedo decir que hubiera ninguna intención de herir, menos aún que me generara un gran perjuicio emocional, pero es cierto que tengo grabada en la memoria las pocas veces en que usaron ese apodo conmigo. Por algo será.
En el secundario solía ser “La Porplega” Eso debido a que tenía una gran plasticidad corporal debido a la danza clásica y me gustaba sentarme con las piernas enroscadas. Durante años respondí al nombre de “La Porple”.Esta vez, en cambio, el apodo resonaba en mi con simpatía, todos teníamos sobrenombres y carecer de uno me hubiera hecho sentir solemne, distante y en definitiva excluida. Parece mentira pero he conocido casos en los que no tener un “alias” fue vivido con tristeza, como si nadie hubiera tenido mirada sobre su persona como para hacer una observación que le distinga. El apodo es o puede ser una forma de bautismo social, la memoria de algo que nos hizo reír, o la forma de afianzar una complicidad afectiva encubierta.
Hay trabajos de investigación sobre el tema que afirman que en la actualidad la mayoría de los apodados viven sus apodos con angustia, vergüenza o rabia. Aparte de ser una herramienta para la crueldad del Bullyng, los sobrenombres suelen crearse haciendo foco en defectos físicos, vulnerabilidades emocionales, aspectos raciales o rasgos que avergüenzan. El cieguito, el gordo, la negra, pata de palo, el tuerto, el indio etc
Dejan marcas muy profundas en la psiquis que duran mucho tiempo y pueden producir sentimientos tan dolorosos que entorpecen el desarrollo escolar y vital de las personas.
Sin embrago los apodos son una práctica tan profunda y ancestral del humor popular que habría que hacer algunas distinciones antes de censurarla. Hay familias, por ejemplo la de mi papá, donde todos sus miembros tienen apodos. Yo no recuerdo el nombre verdadero de mis tíos y tías para mí siempre fueron “la nena”, “el cucho”, “el pete”, “el nene” etc. Generalmente esos apodos surgen en simpáticas lenguas infantiles o circunstancias que forman parte de la historia familiar. ¿Cómo se viven esos segundos nombres? No tengo a mis tíos para preguntarles pero seguramente son más propios que los del DNI. El nombre con el que uno es nombrado por el primer nido, especialmente de niño, queda grabado profundamente en nuestra alma y lleva una carga afectiva, agradable o no. Por eso es necesario revisar cómo nos nombramos en la familia y también revisar si al elegir un nombre para el hijo no estamos exponiéndolo a ser blanco de burlas o apodos negativos en el futuro. ¡¡¿Qué es eso de llamarle “Margarito” al niño en recuerdo de la santa abuela fallecida!!!?
La Biblia está llena de personajes con apodos, lo cual muestra cuan antigua es ésta tendencia. Jesús mismo le cambió el nombre a Pedro, por ejemplo.
Este sábado en Radio Galilea conversaremos sobre el tema intentando hacer las distinciones que amerita: El humor popular de los apodos en una clase magistral de Luis Landriscina; lo que dicen las investigaciones realizadas y la mirada de la psicología y la biblia sobre el tema. En la mateada mañanera matizada con tus comentarios y vivencias sobre los apodos y actitudes frente a ellos.
Te saludo con cariño.
Gabriela La Diabla.
