La cultura occidental está enferma de mirar para el arriba del mundo. Es casi un pecado original con el que crecemos. Nos educan y educamos con el eslogan de «ser algo en la vida.” Es decir tener dinero, prestigio, reconocimiento, belleza o poder…Si no tenemos nada de eso no somos nada, no existimos. Los héroes sin fama solo sirven para la prensa alternativa y alguna que otra crónica de relleno en un medio de comunicación. Un toque de color como la florcita de la torta.
Mirar para arriba es vivir condenado a la frustración, Pero no nos dicen eso, nos dicen que hay que luchar por llegar alto, que lo podemos lograr, que el esfuerzo, que los sueños, que el secreto mejor guardado, que hay diez fórmulas, que hay siete llaves, que hay gurúes, que tú puedes chico….Y nos cuentan cuentos de patéticos héroes con un vaso de whisky en la mano que donde ponen el ojo ponen la bala. O de magos que enfrentan el mal siempre solos asegurándose de que el mérito sea siempre individual y por lo tanto manejable a través de la idealización. Toda la industria cinematográfica está al servicio de ese verso… arriba, arriba sos visible, arriba sos el elegido, arriba te van a querer, arriba te vas a cobrar todas las deudas que te debe la vida, arriba está el paraíso.
Es preocupante la epidemia de frustraciones que infecta a esta civilización Babilónica…Muy preocupante. Hasta los pobres, antiguo bastión de resistencia espiritual, se han enfermado de tortícolis existencial de tanto mirar para arriba. El Paco aniquila los cuerpos y los vínculos pero alivia el dolor insoportable de no ser NADA.
Los cristianos tenemos un gran desafío…resistir en contra de la corriente. El movimiento del Evangelio es opuesto al de esta cultura. Va hacia abajo. Dios desciende de su trono al lugar más bajo: entre animales y pobres.
Cristo baja hasta lavar los pies, al lugar de siervo, entra en las entrañas de la tierra sin panteón, cura a los que andan por abajo, por los bordes de su manto, los que bajan del techo perforado de una choza, los que bajan de un Sicomoro, los que se postran, los prófugos de una justicia implacable, los que están postrados en el piso de la sociedad, los que solo pueden mirar abajo por la joroba de su espalda, los que fracasan en la pesca, los que eligen los últimos lugares, el abajo de los abajos….hasta la muerte donde llega también para rajar definitivamente el velo del sin sentido.
Por seguir sacándole el jugo a la parábola del banquete fíjense como es el movimiento de los invitados (Lcs.14,15-23). Primero los de arriba que se excusan (los que tenían campos, bueyes y boda) después los pobres, los desvalidos, los cojos y los ciegos y finalmente hay lugar para la “periferia de todas las propiedades”14,23; a los que hay que “obligarlos a entrar”. Lógico, nadie puede creer que hay lugar para los que no tienen nada en un gran banquete.
Pero el remedio para tan peligrosa epidemia no es la toma del poder y dar vuelta la tortilla. Tarde o temprano el arriba convierte en opresores a los antiguos oprimidos. El remedio es la alegría. O sea el placer. O sea la fiesta, o sea el banquete. Hacer de la vida un Banquete. Pero no un banquete privado. “Hasta que se llene la casa”. Abrir puertas en la mente, en el corazón, en los sentidos, en la propiedad, en las ideas, Abrir, abrirse obligarme a abrirme. Que entre mi ceguera, mi cojera, mi pobreza, mi invalidez y las de otros. Y disfrutar, beber el vino de lo que es gratuito, el aire, la luz, la vida, el cielo, la luna las estrellas, la mesa, los animales, el agua, la tierra. Los amigos, el amor, el sexo, la música, el baile, el canto, la poesía.
Hasta que el arriba pierda poder de seducción. Hasta que la casa, el alma, esté llena. No, no hay que mirar hacia abajo, hay que ir hacia abajo y mirar bien, allí hay un banquete. Palabra de Dios.