Tal es lo que repite mi corazón mientras preparo el programa del día sin acertar a saber qué, cuánto y de qué manera contar lo que leo, escucho y veo…

No estremece su silencio, sino el silencio de Dios que parece significar.
Como ya les he contado queremos acompañar este gesto contando las historias que tejieron aquel entramado, ése donde la humanidad cayó tan bajo, que a la pregunta de Dios “¿Dónde está tu hermano?”, no hay lenguaje que tolere contarlo.
Pensando que tal vez aún corremos el riesgo de seguir sin poder contestarla, abrimos el juego a seguir dialogando sobre los hilos con que tejemos la exclusión, la muerte y el racismo : tal vez el demonio, maestro en tejer tumbas, los esté usando en nuestra propia vida y en la de nuestras comunidades.
Conversaremos sobre una de las maneras más crueles con que pretendemos sacarnos de encima las culpas o construir falsos consensos: el chivo expiatorio. ¡Quién no lo ha vivido o visto vivir!.
Nada como inventar un enemigo para unir por el espanto cuando no se puede unir en el amor. Nada como apuntar desde cualquier clase de poder, (padres, líderes, pontífices o jefes) a quien se antoja culpable de lo que nos pasa, haya pruebas o no…
Ya sea en lo político, social o personal, el mecanismo del chivo expiatorio es peligroso y dañino. Para levantar la mirada hacia lo sagrado, siempre presente en donde abunda el pecado, les traemos la música que surgió entre los prisioneros de campos de concentración nazi. Si allí, pese a todo, se hizo música, habrá que oír “cómo danza la esperanza”.
De la mano de Jonathan Kohan, Lic. en Psicología de la UBA, Docente de estudios judaicos. Cantor sinagogal de la Asociación Israelita de Rosario, y becario de la Escuela Internacional de Estudios del Holocausto del Museo de Holocausto de Israel… profundizaremos el tema de nuestro Aclaró de hoy…