Al cerrar una etapa, cómo el fin de un año, se activa en nosotros, conscientemente o no, un despertador de sueños guardados, de anhelos dormidos o expectantes. Puede suceder entonces que nos enfrentemos a un sentimiento difuso de tristeza, amargura o frustración sin que sepamos de dónde viene. Es que los sueños no tienen fecha de vencimiento ,tienen una increíble capacidad de resistencia y no conocen los datos de la realidad.
Si no hemos hecho un trabajo personal con esos sueños esa energía de deseos, la más potente que hay, permanece como una brasa humeante en nuestro corazón que no termina de apagarse ni encenderse. Y el humo, como todos sabemos, nubla la visión de la realidad y dificulta la respiración del presente con todo lo que trae de novedad. Podemos revisar sin miedo esos sueños… Se muestran como imágenes cargadas de emociones y sensaciones. Podemos mirarlas sin juicios y sin caprichos y trabajar con ellas, convertirlas en metas, compararlas con la imagen que Dios ha dibujado en nosotros cuando nos llamó, ver cuánto hemos alcanzado de lo que ellas nos han pedido o transmutarlas en nuevos sueños pero esta vez “con los ojos abiertos”
Porque sólo es capaz de realizar los sueños el que está despierto y sabe ver la oportunidad para sembrarlos.