La fiesta de Año Nuevo tiene para mí un mensaje muy nutritivo para mi alma. Una página del libro de la vida que me gusta leer. Viene de la creación que es una gran revelación universal.
La tierra, esa casa majestuosa y luminosa que nos ha sido dada, ha completado su paseo por el jardín cósmico que le fue asignado en el reino solar. Una vez más entre las 4.400 millones de veces vuelve al mismo lugar…
Eso supone muchos mensajes, solo les comparto dos que me conmueven.
El primero es que el planeta tiene un ancla. Para que la vida exista ha de haber un límite. Su viaje, por más misterioso que sea el rumbo en el universo expansivo, tiene un territorio más allá del cual la ley le dice “no pasarás” Es la atadura que permite la vida. Es el hogar. Sin ese lazo no hay luz, nada puede crecer. La tierra sería una roca vagabunda viajando desierta en la noche cósmica.
El segundo es aún más esperanzador. La vida tiene ritmo. No es un bólido lanzado al infinito, es más bien un corazón que palpita. Se expande y vuelve una y otra vez al mismo punto de partida. Hay repetición. Hay insistencia. Si bien no bebemos dos veces del mismo río, la fuente se encarga de que haya río. Siempre…A las 12 de la noche volveremos al mismo sitio como hace millones de años…año nuevo para un camino antiguo.
No hay caminos nuevos, hay peregrinos nuevos, que hemos aprendido como sea las señales de la vida que no se cansa de insistir. Hay más todavía… Las oportunidades insisten. Las lecciones insisten. Los sueños insisten….El amor de Dios insiste.
Lo que quedó atrás lo encontraré de otra manera en alguna vuelta….Tal vez esta vez no se me escape la belleza de ese paisaje que no supe disfrutar, de ese cuerpo que no supe cuidar, de ese amor que no pude abrazar.
“Las vueltas de la vida” le llamaban sabiamente las abuelas…Si …¡Gloria a Dios por jugar a la ronda en esta porción de cielo que nos regaló!!! ¿Quieres jugar?