Todos en algún momento luchamos contra Dios. Tal vez no lo expresemos de esa manera, tal vez no nos damos cuenta de la rabia que portamos, tal vez lo que sentimos es que luchamos contra la adversidad pero estamos enojados con la vida. No nos da lo que creemos merecer, lo que necesitamos o lo que deseamos con todas nuestras fuerzas. Bien: sin hacer finas distinciones conceptuales, eso es luchar contra Dios, es decir aquello que me trasciende y podría, según su poder, darme el don que reclamo.
Para consuelo de creyentes y no tanto, en la Biblia se cuenta una historia de un hombre que luchó contra Dios. Su nombre es Jacob y al terminar su pelea recibió por nombre “Israel” que significa “el que luchó con Dios” . De allí el nombre de la actual nación que bien le vendría leer y meditar en este pasaje.
Es fascinante, tremendamente rico en símbolos y pistas para el crecimiento espiritual, sumamente decidor de cómo obra Dios y sobre todo porta un mensaje profético para estos tiempos de narcisismo, división y embaucadores.
Desde este bello pasaje luchar contra Dios no es una herejía, ni una blasfemia, ni una osadía que será castigada con la condena eterna, sino una curva en el camino que deja los mejores aprendizajes y bendiciones si aprendemos las lecciones sobre el buen combate con la vida, con Dios o con uno mismo. Obviamente luchar contra Dios parece un verdadero suicidio si comparamos nuestra fuerza con la divina, sin embargo Dios ha querido dejar este pasaje para enseñarnos qué clase de obediencia espera de nosotros: muy lejos de la pusilanimidad la sumisión y la obsecuencia.
¿Has luchado alguna vez contra Dios? ¿Te has enojado con Él/ Ella? ¿Te sentís culpable, asustado, vulnerable cuando le haces reproches consciente o inconscientemente?
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