Aproximación histórica al Concilio Vaticano II
Recordamos la santa locura del que decían ser un Papa de transición. Juan XXIII consumó un paso de increíble trascendencia para la Iglesia y el mundo
El día 25 de enero del año 1959 el Papa Juan XXIII solo llevaba tres meses ocupando la Silla de Pedro. Por sorpresa, al finalizar las oraciones del Octavario por la unidad de los cristianos, en el día de la conversión del apóstol san Pablo, el Papa comunicaba a los allí presentes la convocatoria de un concilio ecuménico para toda la Iglesia católica. Muchos temblaron ante este anuncio improvisado. Las palabras del anciano Roncalli fueron claras: para restaurar algunas formas antiguas de afirmación doctrinal y de prudente ordenamiento de la disciplina eclesiástica que en otro tiempo dieron frutos de extraordinaria eficacia.
Aquel día de enero de 1959, el Pontífice Juan XXIII (1881-1963) acababa de consumar un paso de increíble trascendencia para la Iglesia y el mundo. El Concilio Vaticano II había sido arrojado a la tierra de la cosecha, como una pequeña semilla por el sembrador evangélico, destinada a convertirse en grandioso árbol de frutos permanentes.
Casi tres años después de este hecho, en el día de Navidad de 1961, la Bula Papal Humanae salutis, anunciaba solemnemente lo que hasta entonces no había tomado cuerpo legal. Se ponía así en marcha un nuevo Concilio cuando oficialmente no se había aún clausurado el Concilio Vaticano I. Recordamos y celebramos la santa locura del que decían ser un Papa de transición.
La celebración del 50 aniversario del Concilio Vaticano II (1962–1965) ha reabierto el debate sobre cuál ha sido la verdadera influencia de este acontecimiento para la Iglesia. ¿Supuso realmente una renovación y una obertura de la Iglesia al mundo moderno? ¿O la posterior aplicación del Concilio lo vació de contenido? ¿Es válido, 50 años después, el modelo de Iglesia que proponía el Vaticano II?
Escuchamos atentamente al Padre Juan Manuel González
Aquel día de enero de 1959, el Pontífice Juan XXIII (1881-1963) acababa de consumar un paso de increíble trascendencia para la Iglesia y el mundo. El Concilio Vaticano II había sido arrojado a la tierra de la cosecha, como una pequeña semilla por el sembrador evangélico, destinada a convertirse en grandioso árbol de frutos permanentes.
Casi tres años después de este hecho, en el día de Navidad de 1961, la Bula Papal Humanae salutis, anunciaba solemnemente lo que hasta entonces no había tomado cuerpo legal. Se ponía así en marcha un nuevo Concilio cuando oficialmente no se había aún clausurado el Concilio Vaticano I. Recordamos y celebramos la santa locura del que decían ser un Papa de transición.
La celebración del 50 aniversario del Concilio Vaticano II (1962–1965) ha reabierto el debate sobre cuál ha sido la verdadera influencia de este acontecimiento para la Iglesia. ¿Supuso realmente una renovación y una obertura de la Iglesia al mundo moderno? ¿O la posterior aplicación del Concilio lo vació de contenido? ¿Es válido, 50 años después, el modelo de Iglesia que proponía el Vaticano II?
Escuchamos atentamente al Padre Juan Manuel González