El Pesebre y el Placard : Una Lección de Simplicidad
El pesebre, ese humilde rincón que albergó el mayor misterio de la historia, nos habla con una elocuencia que a menudo pasamos por alto. No había lujos en Belén, solo lo esencial: un techo sencillo, paja áspera y el calor de unos animales que compartían el espacio con la Sagrada Familia. Ese pesebre despojado, lejos de ser una carencia, era una declaración. Nos susurra al oído: ¡Menos es más!
Siempre me fascinó el ropero de Las Crónicas de Narnia , conocido como el «Armario mágico», que actúa como portal hacia ese mundo extraordinario. Lo ordinario como umbral a lo extraordinario. Ese es también el mensaje de Navidad.
¿Dónde encontraremos al Salvador? Preguntan los pastores a los ángeles: «Esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Nada más ordinario que eso en un mundo pastoril.
Ahora traslademos esta verdad a un terreno bien concreto y cotidiano:
¿Cuántas veces abrimos las puertas del placard y nos enfrentamos al caos de cosas que no usamos, no necesitamos y que, en el fondo, ya no nos representan? ¿Cuántas cosas acumulamos que, no solo no necesitamos, sino que nos roban tiempo, espacio y luz?
Como en el pesebre, portal a lo imprescindible, quizás sea hora de convertir nuestro ropero—todos ellos—en un espacio que refleje paz y orden, que nos hable de lo que importa, ¡sin descartar el oro, el incienso y la mirra! Es decir, objetos que expresan la dignidad de nuestra realeza , la divinidad de nuestra alma y el dolor de nuestros despojos .
¡Créanme, un placard, un armario es un portal a nuestra alma! Y el acto de ordenarlo puede ser algo profundamente espiritual.
Se compartirán entre todos los métodos de ordenamiento y desapego (no específicamente los de Marie Kondo).