El escándalo (título anzuelo) por la relación entre el periodista Diego Brancatelli y la panelista Luciana Elbusto me dio pie para una reflexión sobre el 25 de Mayo ¿
Cómo pasé de una noticia tan banal a un hecho fundante tan solemne?
Eso es exactamente lo que está ocurriendo en el mundo: banalizar la historia, convertir la política en chisme y darle poder a los “ingenieros del caos”.
El canal en el que trabajaba Luciana Elbusto decidió, ante «el escándalo» de índole privada, sexual e íntima, desvincularla por su supuesta complicidad en la infidelidad de un hombre casado.
Con un criterio ético comprensible, habrán juzgado que la credibilidad de su señal se ponía en juego ante la furibunda cancelación en redes, donde la acusaban de «roba maridos».
En ese mismo momento, mientras Luciana contaba su desvinculación en otro programa, el conductor Ángel De Brito —ni lerdo ni perezoso— le ofrece y redacta al aire un nuevo contrato como panelista.
Conclusión: lo que De Brito vio es que es más lucrativo, conveniente y exitoso tener en su programa a quien otros colegas desvinculan por inmoral. 
El rating voló.
Fin (diría Adorni).
Mientras tanto, Donald Trump se reunió hace dos días con el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, en la Casa Blanca. 
Un encuentro transmitido en vivo por televisión. (¿Desde cuándo los diálogos entre presidentes se televisan?)
Trump acusó al presidente de un genocidio de blancos en Sudáfrica mostrando fotos de cadáveres diciendo:
«Estos son granjeros blancos que están siendo enterrados en su país.»
Pero la Agencia Reuters, que publicó esas imágenes, aclaró que esas personas eran trabajadores humanitarios de la Cruz Roja, en el Congo, levantando cuerpos para subirlos a un camión con el logo de la organización.
Un presidente de los EE.UU. acusando a otro presidente de genocidio con pruebas notoriamente falsas, públicas, y evidentes. Alguien pude creer que eso fue un error?
¿A quién le importa? Nadie se disculpó ni aclaro nada.
Fin (diría Milei).
¿A dónde voy con esto? Al 25 de Mayo, claro.
De la emancipación política a la captura emocional.
Así como en 1810 se luchó por el derecho a decidir el propio destino, hoy la batalla es recuperar la soberanía sobre nuestras cabezas, nuestras rabias, nuestros miedos, nuestros likes y nuestro consumo.
La Verdad no importa más.
El escándalo es la nueva corona: quien la recibe, reina.
Incluso la furia es combustible para la fama. El algoritmo no distingue entre amor y odio: solo mide atención.
Hablar mal de alguien en redes es como regarle el jardín con tu bronca.
En la lógica digital, hasta el odio se vuelve aplauso, y el aplauso trae dinero 
y el dinero trae poder.
¿Qué clase de liberación necesita nuestra patria hoy?
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