Lee primero el texto del evangelio y entra después tú mismo en la escena, sintiéndote llamado al mismo encuentro con Jesús que tuvo aquella mujer de Samaria. Porque también tú vives esperando saciar tu sed y llevas dentro el deseo de vivir.
Siéntate junto a Jesús que te espera en el brocal del pozo, y habla con él de tus insatisfacciones, o de tu obsesión por satisfacer inmediatamente tus deseos, o de tu vida transcurre sin ningún objetivo, con las aspiraciones a ras de suelo.
Trata de poner nombre a los deseos “okupas” que pueden estar invadiendo tu espacio interior, sin dejar sitio para la compasión, la solidaridad, la preocupación por los otros.
Pídele a Jesús que venza tus resistencias a entrar en niveles más profundos, y que ahonde en ti esa sed que intentas engañar en vano.
Déjate sumergir en la sed, porque desear es ya nacer a otra cosa. Escúchale hablarte de esa agua viva que es la suya. Y dile como la mujer: “Señor, dame de esa agua”.
Porque entonces, vayas donde vayas, algo de Dios pasará por el centro de ti mismo para llegar a tus hermanos.