LOS AMÓ HASTA EL FIN… VIERNES SANTO!!!

LOS AMÓ HASTA EL FIN…

Siguiendo una antiquísima tradición romana, el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía sino una solemne liturgia que tiene como centro la Pasión y la Muerte del Señor. Siempre me ha impresionado, dentro de esta celebración, la liturgia sobria y profunda de la adoración de la Cruz, de inspiración probablemente oriental.
En primer lugar, el descubrimiento progresivo del Crucificado y la repetida invitación a la adoración. Luego, la procesión de todos los fieles hacia la Cruz, mientras se canta el admirable himno “Crux fidelis”. Por fin, el beso emocionado de cada creyente al Cristo muerto.
No es un momento de tristeza. Para los creyentes es momento de hondo recogimiento donde se entremezclan, de manera difícil de expresar, el agradecimiento, la adoración, el arrepentimiento.
Ese gran teólogo y gran creyente que fue Karl Rahner nos ha desvelado su alma orante en ese precioso libro que lleva por título “Oraciones de vida “.
Tal vez su oración nos pueda ayudar también a nosotros a acercarnos esa tarde del Viernes Santo al Dios crucificado:

“¿En dónde podría yo refugiarme con mi debilidad,
con mi dejadez, con mis ambigüedades e inseguridades…
sino en Ti, Dios de los pecadores comunes, cotidianos,
cobardes, corrientes?”.
“Mírame, Señor, mira mi miseria. ¿A quién podría huir sino a Ti? ¿Cómo podría soportarme a mí mismo si no supiera que Tú me soportas, si no tuviera la experiencia de que Tú eres bueno conmigo?”.
“Mi pecado no es grandioso, es tan cotidiano,
tan común, tan corriente que incluso puede pasar inadvertido… Pero qué hastío suscita mi miseria, mi apatía, la horrible mediocridad de mi buena conciencia.
Sólo Tú puedes soportar tal corazón.
Sólo Tú tienes aún para mí un amor paciente.
Sólo Tú eres más grande que mi pobre corazón”.
“Dios santo, Dios justo, Dios que eres la Verdad,
la Fidelidad, la Sinceridad, la justicia, la Bondad…
ten compasión de mí…
Soy un pecador, pero tengo un deseo humilde
de tu misericordia gratuita”.
“Tú no te cansas en tu paciencia conmigo. Tú vienes en mi ayuda. Tú me das la fuerza de comenzar siempre de nuevo,
de esperar contra toda esperanza,
de creer en la victoria, en tu victoria en mí en todas las derrotas, que son las mías”.

Este año tal vez nuestro beso al Crucificado puede ser un poco más sincero y profundo.

Levantar los ojos hacia él no es sólo un acto físico. Es, sobre todo, un acto de fe. Todo lleva a creer que «esto no puede ser». Pero la verdadera fe afirma «Dios es así», «Dios está en El», «El es Dios».
¿Dónde reside la dificultad de ver a Dios en la cruz? Para muchos parece imposible que un condenado a muerte pueda ser Dios. Demasiado fuerte. Tenemos la impresión (y la necesidad) de que Dios tiene que poder a la muerte. La apertura progresiva a la fe o el dinamismo de la fe nos lleva a reconocer que donde unos no ven nada más que escándalo, otros vemos amor, todo el amor que Dios nos tiene. Donde unos no ven nada más que fracaso, otros vemos el triunfo del amor. Donde unos no ven nada más que un final, otros vemos la máxima expresión del amor, de la entrega por amor hasta la muerte. Ahí está el nudo del problema. ¿Es posible amar tanto que te entregues hasta la muerte? Esta pregunta la tienen que responder los que de verdad aman y los que amando están dispuestos a lo que sea.
Muchos dejan «todo» por conseguir a alguien. Todo encuentro de dos personas lleva implícita una renuncia, una entrega que tiene mil plasmaciones. Por la otra persona hay personas que son capaces de entregar la vida, poco a poco, como se hacen las cosas de la vida: en el paso rutinario de las horas… La entrega no es una experiencia lejana ni ajena a nuestra propia vida. Cada uno sabe lo que es capaz de entregar y por quién tenemos fuerzas para entregarnos… Cada uno sabe qué cruces estamos dispuestos a llevar y por quién…

Al verte en la cruz,
brota de nosotros la ternura.
Tú, Jesús, nos cambias el corazón de piedra
por un corazón de carne.
Haznos también sensibles al dolor de tantos hermanos
que tienen una vida dura, que no pueden con su cruz,
y han de superar muchas dificultades cada día.

Queremos acompañar el sufrimiento
de tantos hermanos en guerra,
recordar a todos aquellos que en este momento,
en algún lugar del mundo están sufriendo
por la locura de unos pocos,
y a su alrededor hay dolor, muerte y destrucción.

Queremos acompañar el sufrimiento de tantos inmigrantes
que se sienten entre nosotros fuera de su país,
que les duele la soledad, la lejanía, la diferencia y la injusticia, que sepamos ser una mano tendida en su camino,
un amigo, un compañero, un apoyo y una vida compartida.

Queremos acompañar el sufrimiento de tantos enfermos
que tienen que acostumbrarse a vivir con un cuerpo frágil,
que ya no les responde y todo les resulta mucho más complicado.

Queremos también pedir tu fuerza
y compañía para sus cuidadores
y profesionales de la salud que facilitan su situación
y acompañan a algunos al encuentro definitivo contigo.

Queremos acompañar el sufrimiento de todos aquellos que,
como tú, Señor, sufren en este momento soledad,
desamor o incomprensión.

Queremos acompañar el sufrimiento de los parados,
los que sufren abusos laborales,
los depresivos, los olvidados,
los que no encuentran su lugar en el mundo,
los que no pueden cubrir sus necesidades básicas,
los que pasan hambre
y los que teniéndolo todo viven una vida sin rumbo y sin sentido. Acompáñanos tú a todos, Señor,
llénanos de tu presencia y de tu Amor,
enséñanos a tratarnos unos a otros a tu manera,
suavizándonos el peso de la vida.

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