¡Monseñor Romero, presente!

 ¡Monseñor Romero, presente!

(La caricatura es una adaptación de una hecha por Otto Meza, en homenaje al caricaturista.)

 

Una provocativa nota editorial en Religión Digital de José Van de Velde pregunta si Monseñor Romero estaría en su propia beatificación el 23 de mayo, dado lo que el autor critica como un énfasis oficialista, jerárquico y careciente de los valores de los pobres en la ceremonia.  A pesar de la gran magnitud del evento, estoy convencido de que allí estará el Monseñor Romero quien una vez dijo que, “me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su Obispo, la esperanza”. (Homilía del 25 de septiembre de 1977.)

 
Es cierto que Mons. Romero era humilde, modesto, moderado y talvez hasta declinaría la beatificación.  Él era así: “El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer”, se le atribuye haber dicho días antes de su muerte.  Como el abuelo que pide que no le hagan fiesta de cumpleaños, su estilo de vida sobrio y sencillo, es precisamente lo que lo hace merecer una celebración.  Pero, por supuesto, una celebración discreta y atenuada.
También es cierto que Mons. Romero diría no al triunfalismo.  Predicando sobre la tercera tentación de Cristo (Mt. 4, 9-12) exactamente un mes antes de su martirio, Mons. Romero recordó que Jesús rechaza hacer un ‘show’ de sus poderes ante la gente.  “No es necesario hacer cosas ostentosas, no es necesario y hace mucho mal una religión triunfalista”, dijo Monseñor. (Hom. 24 feb. 1980.)  De hecho, cuando Mons. Romero asistió a una beatificación en 1979, aplaudió el estilo sobrio de la ceremonia: “No hay duda que la renovación litúrgica ha cambiado notablemente el triunfalismo de otros tiempos en una verdadera asamblea de oración, de reflexión”. (Su Diario, 29 abr. 1979.)
Con estos preceptos en mente, la beatificación que se ha proyectado no es triunfalista, excesiva o inmoderada en su alcance.  De hecho, lo único que hace grande sus dimensiones es la esperada participación multitudinaria de la gente.  A pesar de la crítica del Sr. Van de Velde de que se va a gastar “un dineral” en la ceremonia, el gasto de entre cuarto millón y medio millón de dólares responde estrictamente a las necesidades para acoger tanta gente.  En comparación, los ingresos del MGM Grand Casino por el encuentro de boxeo entre Floyd Mayweather y Manny Pacquiao este fin de semana alcanzarán los 300 millones de dólares (72 millones solo de los 16.500 fans que presenciarán el evento).  Verdaderamente, ½ millón de dólares por una beatificación que espera acoger 200 mil personas (o más) no es algo excesivo.
Tampoco es justo decir que no se escuchará la voz de los pobres, porque Monseñor Romero es el punto central de la ceremonia, y con eso se está dando a entender que la Iglesia quiere seguirlo en su compromiso radical por los pobres.  Se ha promulgado mucho el argumento que la Iglesia quiere canonizar a Mons. Romero para “callarlo”.  Es cierto que se puede malinterpretar una canonización o tergiversar su significado para cambiar el enfoque de un personaje histórico, pero hay que decirlo claro: la idea de que una canonización sirve principalmente para silenciar o suavizar a alguien va contrario a la intuición, por no decir que es totalmente incoherente.  La beatificación de Mons. Romero sirve, ante todo, para proponerlo como modelo de seguir e imitar.  Como bien lo explicó el actual arzobispo de San Salvador:

La beatificación de monseñor Romero marca un punto importante para la evangelización y para la vivencia de fe de los pueblos, porque monseñor Romero es un modelo a seguir pero también es un maestro diría yo. Su vida y su doctrina es programática y su manera de ser, sobre todo el estilo de pastoral, una pastoral viva, pragmática, totalmente entregada a Dios y a las personas, que se sale de los templos para ir a las personas, sobretodo dedicada a los más pobres y en la defensa de sus derechos y comprometido con a la justicia social. Esta es una novedad en nuestro ambiente, hay que decirlo, la forma en que monseñor Romero vivió … Sin embargo esa novedad de la pastoral de monseñor Romero es totalmente evangélica, la vivencia radical del Evangelio. Es una manera nueva pero auténtica de vivir la fe. Y cuando el Vaticano beatifica a monseñor Romero, entonces nos está poniendo la figura de monseñor Romero como modelo a seguir.

 
La crítica de que la beatificación carece del espíritu de Mons. Romero porque no incomoda o busca inquietar a nadie olvida que la misión principal de la Iglesia es llamar a la conversión y acoger a los pecadores—no condenarlos.  Por supuesto, “el criterio que guía a la Iglesia no es la complacencia o el miedo a los hombres, por más poderosos y temidos que sean, sino el deber de presentar a Cristo en la historia”. (Segunda Carta Pastoral de Mons. Romero.)  Pero tampoco es su criterio enemistarse con nadie.  La Iglesia, dice Romero, “no quiere condenar, como Cristo dice: no he venido a perder quiero salvar, quiero que los hombres que manejan el dinero, que manejan la política, que manejan las armas, que manejan el poder, la belleza de la tierra, se salven”.  (Hom. 8 dic. 1977.)  No pide desmantelar la oligarquía, sino “que se convierta y viva” (claro, sigue exigiendo su conversión).  (Hom. 24 feb. 1980.)  Y a todos nosotros nos advierte: “no sean espectadores de esta Iglesia, como cuando un grupo de niños mira a dos que se pelean”, y no busquemos conflicto solo para presenciar un enfrentamiento. (Hom. 15 mayo 1977.)  ¡Eso sí sería querer hacer “show”!
Esta beatificación es como la fiesta del hijo pródigo, que busca reconciliación pero suscita la ira del hijo fiel que se siente resentido por la acogida al hijo pecador (Lucas 15, 11-32). Las quejas de que la beatificación no obtendrá la conversión de los ricos hacen pensar de la reacción de los conservadores al Papa Francisco.  Cuando el Papa Francisco hizo gestos de apertura hacia ciertos sectores, como homosexuales, divorciados que se han vuelto a casar, etc., algunos sectores ultraconservadores criticaron al papa por no insistir enfáticamente en la conversión de esos grupos.  “Cuánta falta nos hace aquí en El Salvador meditar un poquito esta parábola del hijo pródigo”, advirtió Mons. Romero.  (Hom. 16 marzo 1980.) “No hay cosa más opuesta a la reconciliación que el orgullo”, señaló el profeta: “Los que se sienten puros y limpios, los que creen tener el derecho de señalar a los otros como causa de todas las injusticias y no son capaces de mirarse hacia adentro”.
Las últimas críticas del Sr. Van de Velde son fácilmente descartables: que Mons. Romero no trataría con el gobierno porque rompió relaciones con el Estado Salvadoreño y que la ceremonia de beatificación cuenta con excesiva presencia “jerárquica”.  Sobre el primer punto, es obvio, no: la ruptura de Mons. Romero fue con un gobierno del 1977, y mucho ha cambiado desde entonces.  Aquella era una dictadura militar liderada por un general.  Ahora, es un gobierno de izquierda elegido democráticamente y liderado por alguien que luchó contra esos gobiernos militares.  Además, el estado salvadoreño ha reconocido recientemente el papel que jugó en el crimen de Mons. Romero y se ha disculpado por ello.  También ha asumido responsabilidad por otras masacres, incluyendo ante entes internacionales como la comisión para derechos humanos de la OEA.  Sobre la presencia jerárquica, Mons. Romero rechazó esa dicotomía: “yo no admitiré nunca una división de la Iglesia” (Hom. 11 nov. 1979) y: “Nosotros llamamos al Pueblo de Dios como al núcleo de los salvadoreños que creen en Cristo y quieren seguirlo fielmente y se alimentan de su vida, de sus sacramentos, en torno de sus pastores” (Hom. 23 marzo 1980).
Por todo esto, me atrevo a afirmar con mucha confianza: Mons. Romero se hará presente en la fiesta del Pueblo de Dios por la beatificación de su pastor, profeta, y mártir.  Debemos tener mucho cuidado de no caer en el exceso, pero son los seguidores de Mons. Romero que han guiado la planificación y, gracias a Dios, han sido fieles a los valores del Beato.

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