En principio, la palabra laico no se opone a clérigo, sino todo lo contrario: Laico es el que forma parte del pueblo (Laos), que en general se entendía como pueblo escogido:
Laicos eran los miembros del pueblo de Israel, los buenos «fieles» del pueblo elegido por Dios como modelo y guía para todos los pueblos de la tierra (que eran los goyyim, es decir, los paganos y extranjeros…).
Ahora, en cambio, en general, se se entiende como clero a los mandos superiores, es decir, los clérigos, en el sentido más concreto de jerarcas, dentro de una sociedad jerarquizada.
Por eso, es necesario recuperar el sentido de la palabra laico. Laico es el que forma parte del pueblo, pero sabiendo ya que todos los pueblos forman la única humanidad, abierta hacia un futuro de libertad, igualdad, fraternidad. Éste es, al menos, el ideal y camino cristiano, como dice Pedro Zabala.
LA RUTA DE LA LAICIDAD Pedro Zabala
Abordar temas en profundidad exige dejar aparcados los propios pre-juicios. Para ello hay que empezar por reconocerlos- y encararse con la realidad tal cual es -no como a mí o a mi grupo nos gustaría que fuera. Y la realidad es que la sociedad en muy pocos años ha cambiado y sigue haciéndolo a velocidad creciente.
Aquella realidad en la que fuímos socializados los que ya acumulamos años sobre nuestras espaldas, en esta España de nuestros pecados- máxime en una pequeña capital de provincias -como era mi Logroño natal- era una sociedad uniformada coactivamente, con confusión plena entre lo civil y lo religioso, con altas dosis de cínica hipocresía que toleraba la disparidad clandestina entre la moral proclamada y la practicada. Sometimiento teórico de las normas sociales a los imperativos eclesiales y de las mujeres a la ideología patriarcal que las clasificaba entre abnegadas madres de familia, monjas, virtuosas solteronas o prostitutas.
Hoy nos encontramos con una sociedad distinta, en la que la Iglesia católica ha perdido su papel relevante y a la que los estudios sociológicos le asignan el último puesto en prestigio social, Lo cual no quita para que alguna institución suya como Cáritas -y en menor grado, por ser menos conocida, Manos Unidas- goce de alto valoración.
Estamos ya en una nueva realidad, no uniforme sino tremendamente compleja y plural. ¿Significa eso que lo religioso haya desparecido del horizonte social?. Parece que no, aunque siga aumentado el número de los que se confiesan ateos, agnósticos o indiferentes, pero adopta nuevas formas, -algunas alejadas de las confesiones institucionalizadas-. Lo cual no quiere decir que la católica haya desparecido, pero su forma de manifestarse es distinta.
Por un lado, la mayor parte de la población se ha desplazado al ámbito urbano, pero no quiere perder sus raíces rurales. Y una forma de conservar su identidad local es la conservación de su devoción hacia las imágenes de sus santos patrones, a cuyas festividades acuden con fervor. Por otro, las solemnes procesiones, especialmente las de Semana Santa, se ha convertido en espectáculos culturales, focos de atracción de turistas, nacionales o extranjeros. La categorización de las mismas en fiestas de interés regional, nacional o internacional es buena prueba de ello.
La exigencia de laicidad o sea el reconocimiento de la autonomía de lo temporal sin necesidad de tutelas eclesiales ha devenido a ser una conquista imparable. Claro que no faltan los añorantes de la vieja cristiandad o la pervivencia de esa arcaica mentalidad en el Islam. La necesaria distinción entre lo religioso y la política abarca también otras áreas como la ciencia, teórica y aplicada, la cultura y toda la gama de actividades sociales.
Consecuencia de todo ello es la pluralidad de creencias, actitudes y motivaciones existentes en las sociedades. Las libertades de conciencia, expresión, reunión y asociación son el eje de las democracias actuales. Pero a los poderosos no les interesa que las personas ejerzan como ciudadanos; nos siguen prefiriendo súbditos. De ahí el pensamiento único, de raíz neoliberal-individualista, que se impone desde arriba y que la mayoría acepta sumisamente. Por eso, el juicio con la forma actual de democracia tiene que ser necesariamente muy crítico. Formalmente lo es, pero difícilmente se lleva a la práctica. La mayoría participa muy poco en actividades políticas. Prefiere que sean los de arriba quienes resuelvan sus problemas. Con quejarse, cuando sufren las consecuencias de su apatía, tienen bastante. ¡Hay tan pocos demócratas!. Pues serlo, significa trabajar por el Bien Común, sin necesidad de ocupar un cargo público. Y estar dispuestos a desempeñarlo, si tiene posibilidades, al menos a nivel local, próximo a su vida.
Esta exigencia de laicidad nos revela la existencia de tres posibles respuestas. La primera es de quienes se resisten a ella, necesitan seguridad a ultranza. Si ceden, sus creencias se tambalean. La vinculación estrecha entre su fe y todo lo que corresponde al orden temporal vine a ser para ellos vital. Son aquellos católicos que no aceptan el principio de libertad religiosa consagrado por el Concilio Vaticano II; no pueden reconocer que los derechos son de las personas y no de la verdad; abominan de la teoría de la evolución como opuesta a la acción creadora de Dios. Eso dentro del cristianismo, porque otras religiones, como el Islam, se muestran igual de intransigentes.
La segunda es de aquellos creyentes que aceptan de lleno la libertad religiosa, son capaces de seguir apostando por la trascendencia a pesar de sus dudas y, a través del diálogo interreligioso tratan de buscar vías de entendimiento y de paz. Defienden una laicidad como exigencia de unos valores universales exigibles a todos los ciudadanos, como el reconocimiento de una autonomía moral de la conciencia individual en el contexto de una justicia social y capaz de colaborar con organismos religiosos, aun con independencia, separación y autonomía en sus decisiones (Javier Elzo).
Y están también los defensores de una confesionalidad laicista, que convierte la separación entre religión y política en un fin negador de la libertad religiosa, de carácter autoritario y en bastantes ocasiones marcadamente anticlerical.
Hay que advertir algo que están poniendo de relieve los sociólogos de la religión, como Peter Berger:” La idea, según la cual, vivimos en un mundo secularizado es falsa. El mundo de hoy, con algunas excepciones, es tan furiosamente religioso como siempre lo ha sido; incluso lo es en mayor medida en determinados lugares.”. “Nadie sospechó el fin del imperio comunista, el restablecimiento de la Iglesia Ortodoxa en el Este, el mantenimiento global en proporción estadística de la Iglesia Católica, la potente subida de un Islam, dividido contra sí mismo; la expansión en América Latina y en otras partes de las corrientes evangélicas” (Poulat).
Para entender la exigencia de la laicidad que emana de la libertad religiosa, ¿no conviene recordar, como hace Charles Taylor, los tres ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad?. Libertad para creer o no creer, para manifestar o callar las creencias; igualdad entre las distintas religiones o increencias, sin privilegios para ninguna; fraternidad, según la cual todas las distintas familias espirituales deben ser escuchadas y tenidas en cuenta para determinar los objetivos de la sociedad. ¿No es la laicidad una ruta en la que sólo hemos dado los primeros pasos?.